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Chile y su hemorroide.

Chile tiene la estructura de un culo: pasivo, olvidado y aplastado inocuamente en su dignidad de "raya". Pinochet es el hemorroide que aparece por una fuerza negligente. Y los ungüentos que nos aplicó la doctora Bachelet no tenían como fin regular el flujo de sangre equitativamente en cada conducto del organismo, sino que fue el engaste de un espéculo que no tendría más objeto que hacernos soportable la abertura hemorroidal. De hecho, serán los desgarres los que harían esa equidad. Lo ejemplifica, paradójicamente, la honestidad de Piñera. Pues, al hablar no se le puede creer. Habla cuando miente; no puede ocultar Piñera su ser, él es la verdad, es Dios. Y Bachelet, una de sus pastores, más peligrosa que Dios. Y Pinochet, sólo comparable con el terremoto. Por tanto, Piñera tiene un doble efecto:

-Siendo Dios, dicta una ley rígida: los humanos son pecadores y se les ha castigado con la muerte inminente (sin embargo se les promete un futuro post-mortem).
-Siendo Dios, cierra el hemorroide como Dios no debía hacerlo. Lo cierra porque la encopresis se acaba con la clausura de la almorrana; el sin cálculo de la deyección es ahora "el contorno bien definido de un mojón bien sólido".

Por ese motivo, las protestas no serán más que aplazamiento de la muerte si siguen siendo diarreas. La ley rígida, "saca" al humano de la molicie del almohadón para las hemorroides y lo sienta ahora en la incomodidad de la silla ortogonal en la que no se permitirá nunca más torcerse como lolita excitada o vieja con corea: el ser humano deviene anatómico y espacial con una digestión arquitectónica y con fecas fortalecidas como jamás lo esperó Dios de ellos. Esta es la violenta ingenuidad originaria de Dios, quien al proponer un mundo al pecador en cuanto pecador, firmó su propio obituario. Piñera tiene la manzana de eva en la cabeza [1].

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[1] De este modo, "El hijo del hombre" de Magritte (aunque lo dicho quisiese aludir mayormente a la historia de Guillermo Tell) no sería el velamiento del rostro divino encarnado en el pecado impidiendo la posibilidad de un "rostro puro", si no que sería el rostro oculto tras la manzana, precisamente, aquel rostro puro: no hay rostro. Es decir, la verdad (de Piñera) está en su imposibilidad de mostrarse mancillado, porque él ya en sí mismo es esa mancha. Su "ser mancha" es su limpieza y su condición de violencia e ingenuidad originaria.

J.P.A.G.

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