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*** memento impudicus ***

Se lavan los dientes. Y juntan los residuos en los cepillos y quedan hediondos. Entonces cuando se vuelven a lavar los dientes, los cepillos están secos y cerdos por la mugre que hay en ellos; fétidos más encima. Y van al dentista sin lavarse los dientes. Imagínese lo que pasa. Sacan y sacan los aspirantes a caries. El aliento de perro muerto. Como si recién se hubiese tomado el aperitivo de menta después de haberse comido unas empanadas de pino (pero de ese pino que es pura cebolla) con pebre. Imagínese el aliento. La mesera avisa. Y mandan al garçon a que atrape al sinverguenza. Cuando éste lo ve, corre. Pero tropieza con algo, despedazándose grotescamente el hocico en el pavimento. Justo al caer, un par de viejas miraban unas mierdas tras un escaparate; se abrieron al impacto del tipo, farfullando y bizqueando con renuencia. Grumos de lengua molida, sangre profusa, y trozos de dientes quebrados se ven fácilmente al echar una primera ojeada. El garçon comienza a patear furibundo en el estómago al pobre hombre. Éste, por haberse atiborrado de comida hace poco, devuelve todo el alimento al exterior. La dentista que lo había atendido horas antes, por la falta de respeto de aquel, al transitar coincidentemente el mismo lugar, sólo pasa indiferente con despecho. Aún, antes de acostarse, cuando recuerda la pudredumbre inefable del aliento de su paciente, vomita. Lo hace en una pelela que está -desde ahora- siempre bajo su cama dispuesta para ello.

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