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EL ENFERMO Y LA PERRA

El Enfermo no quería sentirse hombre: quería ser enfermo; y aún más enfermo de lo que era. Y La Perra no quería ser mujer, quería ser una perra; la más perra de todas. Entonces, cuando ambos caminaban por calles de poco tránsito de vehículos, la gente gritaba oteando desde sus balcones: "¡Miren todos al enfermo, ahí va el enfermo! ¡Y va con esa perra, miren: es una perra; qué perra más perra!". Sin embargo El Enfermo y La Perra se reían a carcajadas de aquello; pero reían especialmente, muy alegres y animosos, de la apariencia de las personas que de ellos se burlaban: muchos salían en la mañana a las veredas exclusivamente para verlos. Aparecían vestidos con pijamas (para ocultar sus genitales obviamente), con sombreros, maquillaje, cortes de pelo estereotipados; frente a sus casas de colores, con adornos florales, autos estacionados, quitasoles y estatuillas de enanos en la prolijidad de sus patios cultivados... El Enfermo y La Perra reían porque todas esas personas no podían entender cómo podía haber un enfermo tan enfermo y una perra tan perra; no comprendían cómo alguien no era capaz de odiarse y negarse a sí mismo.

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